No pienso mucho en el tema porque sé que si lo hago me iré, de lleno y sin frenos, por un tobogán de trauma y odio. Autodesprecio también. Lo que deben saber es que no sé en qué momento me volví consciente de que era diferente. "Diferente", DIFERENTE. DIFERENTE. Sólo sé que la primera vez que lo escuché en bocas ajenas, me llamaron "marimacha". No entendí la palabra, supuse que se trataba de alguien indeseable, alguien molesto, alguien roto, descompuesto, que no cabe, que no es lo que debe ser. Nunca se lo dije a nadie, y lo volví a escuchar, y escuché otras cosas. "Lencha", "machorra", "jota". Los oía a mi alrededor, a veces apuntando a mi espalda, a veces de los labios de mis amigas, refiriéndose a alguien más. Tenía catorce años, era mi segunda secundaria y en algún momento de ese despertar por el que todo el mundo pasa, me di cuenta de que no era como los demás. Era diferente, en el peor de los sentidos. No sólo por mi orientación,