En los últimos años me he esforzado en no dejarme llevar por mis más perversos arrebatos porque eso nunca ha acabado bien. Señora Impulsividad es como deberían llamarme. Ahora que ya casi tengo treinta y debo ser más adulta (la mierda que eso sea que signifique), trato de pensar mejor las cosas antes de hacerlas. Por lo menos darme cinco segundos de reflexión: ¿Es esto que estoy a punto de hacer/decir inteligente, prudente, necesario? Casi siempre la respuesta es NO. ¿Pero cuándo me ha detenido mi propio juicio? Rompí el contacto cero. Dos veces, después de todo este tiempo. Qué vergüenza me da admitir todo esto, ¿Saben? Principalmente porque fui yo la del adiós, la que les dijo que chuparan faros y me dejaran en paz. Había estado tranquila y en paz con esas decisiones. No soy más feliz, por supuesto, pero estoy en calma. Tan en calma que por primera vez en todos estos casi diez años que llevo escribiendo mi blog pasé todo un mes sin actualizarlo porque nada interesante o angustio