Hoy se cumplen cinco años desde ese fatídico viaje. Digo "fatídico" no porque algo malo haya pasado, sino porque soy dramática y el peso de los buenos recuerdos me hunde cabrón. Casi un año desde nuestra separación, una de muchas, la última.
Y pueden preguntarse por qué sigo escribiendo de esto si ya lo superé o ya pasó, o ya estoy mejor y lo cierto es que yo sólo puedo entender las cosas que me pasan cuando las escribo. Y créanme, he estado escribiendo todo esto, de inicio a fin, saltándome partes, enfocándome sólo en detalles, al revés y muchas veces, con la esperanza de procesarlo mejor.
El trauma, el abandono, la deshonestidad, la ira, la agonía, la alegría, nuestros planes, sus cartas de amor, mi impulsividad, su risita entre dientes cuando encontraba algo gracioso que yo decía, mis sueños, sus manos, el brillo de sus ojos cuando me miraba, la negligencia, su apatía y mi cinismo.
No voy a mentir, a veces cuando la extraño mucho busco detonarme para soñar con ella. Ya no sucede. Ya no está ahí, dentro de mí. Y por una parte me alivia mucho, porque eso significa que sí es cierto eso de que el tiempo lo cura todo. Por otra parte, verga, qué difícil.
¿Cómo es que amé a alguien durante seis años y ya no puedo encontrarla en mi inconsciente?
Así como le fue fácil abandonarme, dejarme ir, también le fue fácil borrarse de mí.
Más allá de señalar culpas con los dedos, esto fue algo que ella y yo construimos y algo que ella y yo volvimos cenizas. Más ella que yo, la verdad, pero no voy a fingir que no hice mi parte.
La habría dejado ir, ojalá lo hubiera hecho. No me hubiera aferrado. Hubiera tomado sus acciones como verdaderas tanto como hice con sus palabras.
Y debí
Debí ser mejor.
Más lista, más cautelosa, menos yo.
Debí haberle sido sincera. Debí haber escuchado lo que ella estaba diciendo. No debí aferrarme al pasado, debí haber prestado atención al presente.
Pero nada de eso importa ya.
Porque ella no está, y yo tampoco. Porque ya no quiero estarlo, porque sé que lo que extraño es sólo un vestigio de nuestra historia, no la totalidad de ella.
Porque fue muy cruel conmigo, fue deshonesta, fue manipuladora, fue violenta, fue maravillosa, fue mágica, fue como un vistazo al cielo y luego me lo cobró muy caro.
Y yo dejé de escribir, ¿Se los conté? Estaba tan consumida por ella, por ese amor, dejé de escribir. Sólo escribía mi blog. Ella era mi vida, mi mundo, y yo sólo estaba ahí para hacerla feliz, para acompañarla.
A veces pienso en eso. Eran los inicios de nuestros veintes. Éramos jóvenes, ingenuas e intensas. Culpen a mi autismo o a mi grisromanticismo pero siempre que vivo un romance así, se siente como la primera vez.
La perdoné, hace mucho tiempo. Claro que no se lo dije. No se lo dije a nadie.
Dejé de pensar en ella, dejé de decir su nombre, dejé de hablar de ella con mis amistades. Simplemente abandoné su recuerdo como debí haberlo hecho en el 2021, en el 2018, en el 2015. Pero una se aferra a las pocas cosas buenas que le suceden, porque de alguna manera estúpidamente optimista piensas, te convences que eso bueno vale la pena, que pesa más que lo malo.
Pero si algo he aprendido a mis veintisiete años es que alguien que te ama no buscará herirte y si lo hace por algo que no puede evitar, no encontrará placer en ello.
Y yo lo podía sentir. Podía sentir la perversidad en sus palabras, la mezquindad y la burla en sus acciones.
Nunca me había sentido tan amada y tan abandonada.
Pienso en mis errores también, ¡Claro que sí! Antes me daba un repelús tremendo al pensar en todas las cosas malas que le hice, en las veces que mi impulsividad la lastimó, mis chistes suicidas la asustaron, las veces que mi codependiente trasero la asustó, la acorraló, la asfixió y no me lo dijo.
¡Pero una es joven y no sabe bien cómo hacer las cosas!
Bromeábamos constantemente sobre nuestros atuendos cuando nos fuéramos a casar. Ella usaría vestido y yo traje. Muy emocionada ella me contó que había disminuido su consumo de muerte animal, no porque yo se lo hubiera pedido sino porque ella respetaba mucho esa parte de mí. Echábamos chisme de nuestros conocidos, nos etiquetábamos en todos los memes posibles y las palabras de amor nunca parecían acabar. Eran casi salidas de mis más mágicos pensamientos, algo que no me atrevería a replicar en mi ficción.
Y luego el silencio. El desprecio. La frialdad. Las peleas. El tiempo, la distancia. Algo que nunca nos estorbó tanto se volvió una perfecta excusa para dejarnos.
Y es lo más triste de todo, ¿No? Que podríamos habernos engañado, ella podría haber encontrado a alguien más, alguien mejor, algo hubiera sucedido y entonces habríamos terminado. Como cualquier otra pareja normal, promedio.
Para nosotras no fue así. Nunca hubo un tercero, nunca hubo deslealtades, ni celos ni posesión.
Simplemente nos perdimos de vista. Cada quién avanzó a un ritmo diferente, nos soltamos de la mano. Ella estaba en otra calle, y yo en otra página. Quise alcanzarla pero parecía que ella no quería hacer lo mismo para mí. Luego de unos meses parecía que sí.
Hay que ser amigas pero yo no quería ser su amiga.
Es que no estoy lista habíamos estado listas antes, ¿Por qué ahora no? ¿Qué cambió, que yo no me di cuenta?
Como siempre, te deseo lo mejor Marianita BULLSHIT.
O a lo mejor sí. Y ella sabía que no era lo mejor para mí. ¡Gracias, si ese fue el caso!
Ahora escribo un chingo, todos los días, todo el tiempo que tenga. Ya no siento esa angustiante sensación de abandono, de inestabilidad, de codependencia. Ya no tengo pesadillas, ya no siento esa presión invisible en mi pecho cada vez que hablaba con ella, cuando las cosas comenzaban a sentirse frías y distantes otra vez. Ahora respiro, profundo.
Ya no tengo miedo de ser dejada por alguien, porque mientras la amé tanto en esos seis años me abandoné a mí misma por ella muchas veces. Nada podría ser peor que eso.
Y en general, estoy mejor.
Todavía la extraño, a veces que me siento a reflexionar en silencio unos minutos, cuando estoy sola. Pero no se me ocurre otra manera en que esto hubiera terminado.
Todavía puedo sentirme atraída hacia las demás personas. Todavía mi corazón late, todavía me sonrojo, todavía siento mariposas (toda el arca de Noé, siendo sincera) Todavía puedo decirle a alguien que me gusta mucho. Todavía puedo soñar con alguien más. Todavía puedo hacer planes, todavía puedo querer, todavía puedo sentir celos, todavía mis sentimientos pueden ser heridos por alguien más, en ese mismo sentido, a esa misma profundidad.
Todavía soy yo.
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