Tengo una relación complicada con el alcohol. Todo se remonta a mi infancia, y creo que es una experiencia bien general si vives en México -probablemente toda latinoamérica- de crecer entre fiestas de adultos, con ellos emborrachándose. Estoy segura que probé la cerveza a los seis o siete años -y por supuesto que no me gustó-
Recuerdo esas fiestas familiares, recuerdo los sábados casuales. Ver a mi papá tomar cerveza los domingos mientras ve el fútbol. Recuerdo las peleas de mis tíos. Recuerdo que una navidad mis dos gfs tomaron y así agarraron la camioneta, para volver a casa. Recuerdo que cuando tenía quince años y se había acabado la secundaria, mis amigos hicieron una fiesta y después de un rato la mayoría ya estaba ebria. Estaban tomando tequila y cerveza. Me ofrecieron pero yo amablemente decliné. Recuerdo las fiestas de la preparatoria, todo el mundo tomando. Recuerdo aquel viaje a Oaxaca donde mis compañeros llevaron alcohol escondido y se pusieron mal en el hotel.
Recuerdo pensar que no entendía la fascinación por el alcohol. Por qué era necesario tomar para estar en las fiestas. Por qué era tan recurrente. Me horrorizaba el consumo ajeno. Me horrorizaba el consumo de mis xadres, el de mi hermana, el de mis amigas y amigos. Me horrorizaba toda esa cultura: Comerciales en todos lados, promociones, películas y series dedicadas a lo mismo. La música hablaba sobre estar pedo.
No lo entiendo.
Luego lo entendí.
Oh.
Oh.
Oh.
Pese a que ya había probado el alcohol en algunas versiones -cerveza, tequila y vino tinto-, no fue sino hasta que tomé en serio que lo entendí.
Era la primera vez que tomaba. Whisky con coca cola. Una de mis amigas se había casado -a los veinte años- Era la fiesta. Cenamos, luego el mesero se acercó a preguntarnos qué tomaríamos. Mis amigues sí estaban bebiendo, así que me animé a pedir lo que uno de ellos pidió: Whisky con coca cola.
Un trago, dulce. Ni lo sentí. ¿Seguro que le pusieron whisky?
Dos tragos. Dulce. Odio la coca cola pero por alguna razón en ese momento no me parecía tan rancia.
Tres tragos.
Cuatro tragos.
Cinco tragos.
Seis tragos. Largos.
¿Me puede traer otro igual? Gracias...
Vamos a bailar. ¡Vamos a bailar!
Bailé con mis amigas, amigos. Bailé cumbia, banda, pop. Regresé a la mesa y ahí estaba mi trago. Me tomé la mitad del vaso en ese trago.
¿No bailas? le pregunté a mi amigo.
No, aquí estoy bien
Me senté con él y platicamos y la bebida se acabó.
Dios mío, cómo quiero a esta gente. Qué increíble fiesta. Todos se ven excelentes. Yo me siento excelente. Dios cómo, cómo es que crecimos tan rápido, ayer teníamos quince años y ellos estaban vomitando en el patio, ellos me estaban tirando a la alberca con todo y ropa. Ayer éramos adolescentes y hoy ya tenemos veinte años y se están casando y estamos en la carrera y ¡Tenemos toda la vida por delante!
No estaba ebria, al menos no lo recuerdo así. Estaba en ese estado de alegría que provee el alcohol. ¡El alcohol es divertidísimo! Quiero hacerlo otra vez. Pronto.
Dos meses después mi vida dio un vuelco horrible y falleció alguien importante para mí. Mis amigues mi sacaron a bar, para que me animara, porque somos muy jóvenes para hundirnos en la tristeza.
Tomé, vodka esta vez.
Un crayón (un vaso de litro con vodka, bebida energetizante, sprite, hielos)
Uno. Todo me daba vueltas. Me paraba del asiento para bailar y dios mío, apenas podía sostenerme.
Pedí otro.
Platicábamos. Bailábamos. Estábamos en uno de los bares más cotizados del centro de la ciudad. Era muy bonito, muy astetik.
Llegó el otro. Y ahí acabé.
Me vomité por todo el pasillo y me dio mucha vergüenza. Le pedí a mi amigo que me diera servilletas para limpiar. El pasillo estaba destechado y había mucha gente de pie, hablando, fumando y bebiendo. Él dijo: Déjalo así, van a pensar que es lluvia.
Vomité pura agua.
Mi amigo me sacó casi cargando porque yo no podía caminar. Balbuceaba tonterías.
Fuimos a su auto y ya no supe qué pasó. Me quedé dormida en la parte de atrás. De tanto en tanto mi amiga, en el copiloto, se giraba para asegurarse de que no me fuera a ahogar con mi vomito.
A la mañana siguiente me desperté en su auto, estábamos estacionados afuera de un oxxo. Mi amigo iba saliendo con cafés.
¿Pero qué chingados pasó?
Tomé esa vez y ya no pude dejarlo.
No, más bien, ya no quise dejarlo.
Se hizo costumbre entre mis amigas de la carrera que cada viernes de fin de mes, como no había clases, nos juntábamos en la casa de mi amiga casada para comer pizza y tomar vodka. Y fue súper divertido. Piza y vodka entre amigas.
¡Dios mío, quizás la vida no es tan mala! ¡Dios mío, conozco a estas chicas desde hace unos dos años y ya siento que las amo, que daría mi vida por ellas sin pensarlo!
Y hablábamos de muchas cosas. Y bailábamos. Y comíamos pizza. Y yo una vez tiré un vaso de vidrio porque ya estaba ebria y me dio mucha vergüenza pero mi amiga me dijo que no pasaba nada.
Y luego lloré en el baño, meses después de que una de mis amigas se suicidara la primavera de ese año.
Y le escribía a Karli, súper ebria. Al mimors también. A todo el mundo.
Tomaba en mi casa, también. Vodka. Compraba botellas y las escondía en el clóset y tomaba sola y hablaba con todo el mundo y me quedaba tirada en el piso de la sala, sintiendo al tiempo morir.
¡Y Dios mío!
Con razón todo el mundo lo hace.
Supongo que en algún punto demasiado de algo bueno se torna malo.
¿Era yo alcohólica?
No estoy segura.
Lo que sí estoy segura es que nunca consideré problemático mi consumo, porque yo no manejaba ebria -aunque sí me subía a autos de gente borracha-, yo no iniciaba pleitos con nadie -aunque sí tuve peleas con karli y el mimors, y mis amigues-, yo no robaba, no me iba con cualquier persona, no hacía un desmadre -aunque una vez en año nuevo vomité en el lavabo de la casa de mi tía, y esa vez que rompí un vaso de cristal en la casa de mi amiga, y ese par de veces que estaba borracha y lloraba en el transporte público, de regreso a casa-
Yo podía hacer muchas cosas sobria, pero es cierto que fui a varias de mis sesiones del taller de escritura ebria. Y llevaba alcohol en mi termo. Y metía fourloko al cine, y al parque.
Mi consumo no era problemático, pero sí llegué a tomar diario para poder dormir porque la violencia que estaba viviendo en mi trabajo me afectaba más de lo que nadie quiso ver o escuchar.
Mi consumo no era problemático, pero muchas de mis romances se sustentaban en empedarse. El chico de tinder, la chica de Guanajuato, sólo hacíamos eso: Tomar.
Muchas de mis amistades también sólo se trataban de estar pedos. De ir a fiestas.
Mi consumo no era problemático, hasta que empecé a tener ideación suicida.
Mi consumo no era problemático hasta que esa noche en el bar, años atrás, la primera vez que probé el vodka también fue la primera vez que atenté contra mi vida.
Y así como el alcohol me llevó a eso, el alcohol me salvó porque me hizo devolver todas las pastillas que había ingerido.
Mi consumo no es problemático, porque puedo dejarlo cuando quiera, cuando se requiera.
Pero no quiero dejarlo. Porque me gusta estar borracha.
No tomar, por convención social. No tomar, porque es gusto adquirido y soy una nerd de los vinos. No.
Porque es divertido estar borracha. Porque me siento desinhibida, más creativa, más alegre, nada importa.
Nada importa.
Nada es tan malo.
Hasta que sí lo es.
Claro que hay muchas cosas de las que me arrepiento de haber hecho por estar ebria. Pero también diría lo mismo de mi sobriedad. Cosas que hice y no hice.
Procuro hidratarme mucho, siempre, por gusto y por salud. También comer bien. Hacer ejercicio, dormir mis horas y en general mantenerme sana y limpia.
Y tomar entre semana.
Soy consciente de que si me asomo mucho, muy cerca, ese agujero negro podría tragarme entera pero al mismo tiempo opino que mientras esté agarrada a algo, y mantengo mi distancia, todo va a estar bien.
No tomo porque esté triste, o porque me sienta sola. Tampoco lo hago porque crea que las cosas me salen mejor así.
Lo hago porque es divertido y ya. Y si tengo unos billetes de sobra en mi cartera, ¿Qué daño hace?
Comentarios
Publicar un comentario