Lo primero que deben entender de mí es que no puEDEN estar buscándole sentido a las cosas que hago, porque no tienen una idea de lo que vivo, ni de lo que siento. Soy una persona muy privada, siempre lo he sido, y en medio del auge y consolidación de las redes sociales, más razones tengo para no hablar de mis cosas, las cosas que considero delicadas.
Mis relaciones son parte de esas cosas que considero delicadas.
También deben saber que para mí ser asertiva no es reeducarme, sino hacer un esfuerzo casi sobrehumano. Soy evasiva por naturaleza pero soy directa.
Y si necesito decirte lo que hiciste mal porque no alcanzas a entenderlo, literalmente ese es tu problema y no el mío. Yo ya me cansé de educar hombres adultos.
Escribir, sin embargo, me ayuda a procesar las cosas y por eso estoy escribiendo de esto hoy. Casi dos años después -supongo, la verdad no cuento el tiempo, podría ser incluso más- de que ghosteara a diego, él me llamó hace unos días, en la noche.
Yo estaba muy cómoda en el sillón de la sala leyendo mi lectura en turno cuando el teléfono empezó a vibrar. Su nombre en la pantalla me sacó de onda bien recio, porque según yo lo tenía bloqueado de todas mis redes sociales, de whatsapp. Supongo que en ningún momento pensé que me llamaría, porque el mensaje era evidente: No me hables.
Pero lo hizo. Luego de esos años.
Como es evidente no contesté, esperé a que cortara la llamada y luego lo bloqueé.
Cualquier emergencia que pudiera tener a esa hora, no era mi asunto.
Cualquier cosa que quisiera decirme en ese momento, no me interesa.
Por algo lo bloqueé. Bloquearlo de mi vida no era un mensaje de ruégame más, era de déjame en paz.
Tenemos amigas en común. Una, cuando menos. En la fiesta de su niña el verano pasado nos vimos, pero no porque yo quisiera, ni siquiera sabía que lo había invitado hasta que lo vi entrar al salón y sentí un retortijón violento en el estómago. Con decirles que perdí el hambre, no pude comer nada esa tarde. Tuve que mentir para irme antes de tiempo. No podía con la incomodidad, con la tensión. No podía con el desprecio en su voz cuando me hablaba, con el grotesco escalofrío que su mirada me hacía sentir.
No podía entonces, no quiero vivir eso otra vez.
Pero vamos por partes, como diría Hannibal Lecter. Porque diego y yo fuimos amiguis por más de diez años. Hubo una época, hace no mucho, en la que yo casi diario lo visitaba en su trabajo. Hicimos muchos planes, de hecho él para un cumpleaños me regaló un six de fourlokos -que sigo considerando uno de los regalos más cool que he recibido en mi vida-
¿Qué pasó? se preguntan mis amigues que lo conocen, mi amiga en común. ¿Qué pasó que pudo ser tan malo para que lo sacaras de tu vida como si no fuera nada? se pregunta mi hermana, mis gfs.
Bueno, es una historia que rebasó el límite una noche de verano del 2019, en una fiesta llena de heteros.
Pero las señales siempre estuvieron ahí, no sé por qué las ignoré. Bueno, sí sé por qué: Porque mi estúpido optimismo me hace aferrarme a la idea de que las personas pueden ser más buenas de lo que son negligentes o mezquinas. Que yo las puedo arreglar.
Lo normal que pasa cuando tienes veintitantos y crees en el poder de la amistad. Pasé por alto un montón de cosas increíblemente cuestionables. Pasé por alto mi instinto, que me decía que corriera de ahí una y otra vez. Pasé por alto todo lo que sabía, lo que me constaba de él porque lo atestigüé, y no lo que sabía de él por boca de él.
Y, cabe aclarar que no estoy diciendo que él sea una mala persona. Sólo no era una buena persona conmigo.
Mis recuerdos de él, desde que lo conozco, se han vuelto cada vez más claros y vívidos. La primera vez que supe que no podía fiarme de él fue poco después de conocerlo, a los catorce años, escuchándolo hablar mal de la gente que según eran buenas amistades, que él quería. La poca seNSATEZ y sinceridad en sus palabras cuando me llamó, tres años después, para decirme que le gustaba de forma romántica. El desdén en su voz cuando le contaba de mis planes. Su negativa de entender mis límites, mis capacidades y mis discapacidades.
Pienso en eso y me pregunto, con el corazón estrujado por la angustia, cómo es que toleré tanto. Cómo es que me acostumbré a pensar que eso era lo normal en una amistad, sobre todo por lo cercano que él era a mí. Yo lo quería mucho, muchísimo, porque me parecía increíble pero luego del ghosteo tuve el tiempo y espacio para reflexionar con cuidado y me di cuenta de que no era cariño lo que sentía, era un alivio mezclado con miedo.
Lo que no empieza bien, no acabará bien. Y yo no tengo el poder de cambiar a las personas, de hacerlas mejor de lo que son. Sobre todo porque ya no tengo la intención de ser un puto centro de rehabilitación.
Rehabilitar bullys, rehabilitar adictos, rehabilitar terfs, rehabilitar irresponsables, rehabilitar gente sin tantita decencia básica.
Lo que me sorprende más fue la facilidad con la que me olvidé de él. Lo bloqueé una noche, en todos lados, y ¡Puff! fue como si nunca hubiera existido en mi vida. No volví a mencionar su nombre y su cara dejó de aparecerse en mis pensamientos, en mis sueños, así de trancazo. Ni pensaba en él, ni sentía remordimiento por haberlo ghosteado. Mis amigas nunca volvieron a mencionar el tema y yo estaba súper tranquila y cómoda, valiéndome berga.
Esa noche me sacó mucho de onda. La llamada, la hora de la noche, y ver su nombre en la pantalla. Pero nunca dudé. No iba a contestar, no iba a desbloquearlo y de hecho le agradezco que me haya hablado para recordarme que también se puede bloquear desde el teléfono n_n
La incómoda sorpresa que sentí esa noche, esos dos minutos, se me pasó a la mañana siguiente y todos estos días siguientes olvidé que eso pasó, porque así de mucha verga me importa. Él, este asunto de la amistad, el ghosteo, todo lo que vivimos y lo que pasó.
¿Y yo?
Muy a toda madre por mi lado, gracias x preocuparte :D
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